a) Demasiado inteligente
b) Muy cerca
c) Poco atento
d) Simpático
e) Lejos de nuestro instituto
3ºA. Terminar el resumen del texto que hemos leído en clase, está más abajo de esta entrada.
1ºBACH. C. Preguntas dictadas sobre los apuntes de Garcilaso.
LECTURA 3º
El dulce fruto de la primavera
Un día ocurrió que, teniendo Guiomar unos nueve años y yo, Garcilaso, casi doce, una de esas tardes de primavera fresca, vio la niña, detrás de unas tapias un poco caídas de un huerto lindero, un árbol repleto de moras. Y la tentación fue tan grande que rogó a su hermano que le cogiera algunas, a lo que este se negó; y tal como era su costumbre, me requirió a continuación a mí. Yo miré al muro, luego al árbol y le dije: —Tú estás loca, Guiomar, déjate de moras. Eso lo hacen solo los niños.Guiomar, ante las dos negativas, ni corta ni perezosa, dio un salto y se subió a la tapia medio derruida, y desde allí otro salto y al huerto. Yo, animado por la osadía de la joven, la seguí. Mas cuando llegué al árbol ya estaba Guiomar encaramada a una rama comiendo moras. Me puse debajo y le decía:—Tírame algunas; anda, tírame algunas.
Cuando, de repente, la rama se quebró y Guiomar se fue derecha a mis brazos, que esperaban las moras. Rodamos los dos abrazados por el suelo y, al parar, me encontré entre el polvo de la caída y pegado casi a mi cara, el rostro de Guiomar, con toda su boca y su barbilla manchadas de sangre, con mechones de su pelo rubio cayendo por la frente y por los hombros y con sus ojos cerrados. El corazón me dio un vuelco tan grande que creí morir en aquel mismo momento.—Guiomar, ¡por Dios!, no te mueras; despierta Guiomar.Y la niña abrió aquellos ojos dorados tan grandes que yo hasta entonces no había mi-rado, y riendo me dijo:—Garcilaso, ¿por qué os asustáis, tonto?, ¿no veis que no ha pasado nada?Pero yo seguía gritando:—Tenéis sangre en la boca, estáis llena de sangre.A lo que Guiomar, levantándose y continuando con la risa, contestó:—Son las moras, tonto, ¿no veis que son las moras?Y corriendo, saltó la tapia y me dejó solo, solo con un temblor que no había tenido nunca, con solo un pensamiento que llenaba todo mi cerebro: aquellos ojos dorados y grandes como soles, aquella boca roja que chorreaba zumo de moras, aquella fren-te hermosa, coronada de rizos y también dorados que resbalaban sobre las orejas más bellas y menudas que yo nunca había visto antes; de ellas colgaban unos di-minutos rubíes que, en principio, yo tomé por más sangre del golpe; el cuello largo, cuyo calor no podría jamás olvidar, y ese olor a membrillos, a fl ores, a no sé qué. Y yo, Garcilaso de la Vega, tuve la seguridad de que a partir de aquel instante mi vida ha-bía cambiado, de que nada sería igual desde ahora. De mi alma brotaban a raudales palabras llenas de ese sentimiento nuevo e inesperado, palabras que yo necesitaba que no se borraran ni se olvidaran nunca aquellas sensaciones que de mí surgían con tan tremenda fuerza, con aquella inconmensurable ternura.
Y así, con el corazón latiendo como un tambor, solo, con una soledad jamás sentida, desconcertado y solo, me hallaba yo. (...)Y ya nada era igual entre nosotros. Todo era contradicción. Tratábamos de no vernos y no podíamos pasar un día sin estar juntos. La vecindad y el conocimiento entre las dos familias provocaba una proximidad que a nadie parecía extraña y resultaba lógico que los niños coincidieran.Así vinieron aquellas interminables tardes del verano cuando bajábamos todos a las orillas del río a refrescarnos de los calores inmensos de la ciudad. Solíamos caminar por el sendero que corre junto a barbacana que desde el puente de San Martín va hasta la cabeza del viejo puente de barcas que construyeron los moros, y del que las subidas caprichosas e intermitentes del río han dejado tan solo dos o tres pies que pa-recen islas o tortugas gigantes que retozan en medio de la corriente. La dicha cabeza de puente solo sirve en estos días para refugio de alimañas y acaso de enamorados discretos. Allí, frente a los vergeles, rodeados de agua y de huertos, pasábamos ame-namente las tardes sentados mirando las ondas cristalinas y comiendo albaricoques recién cortados. (...) No hacía falta hablarnos, nos contentábamos con mirarnos, con vernos. Y así, entre miradas, juegos, danzas y roces, los años pasaron, y nuestro amor crecía cada mañana, sin límite. Sin pensar en el futuro, teniendo la cabeza y el corazón tan llenos de amor que nada más les cabía dentro.
partir de las ideas que has obtenido de la lectura, escribe tu propio resumen del
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